Cuando lo entonamos o lo escuchamos, con reverencia patriótica, asociamos de inmediato lo que nos enseñaron en la escuela y estudiamos en el colegio, sobre los autores del Himno Nacional que desde 1915 constituye junto a la Bandera y el Escudo, una de las más grandes expresiones de nuestra nacionalidad.
La letra, una portentosa creación de uno de los más brillantes literatos de nuestra Honduras, no solo es un canto a la Bandera sino una descripción histórica de un país que por tres siglos soportó la dominación, de la hazaña de nuestro representativo defensor de la soberanía, el valiente lempira (foto 2) y de los anhelos de libertad ejemplarizados por la Francia inmortal.
Augusto C. Coello |
Siendo muy joven demostró su pasión por las letras y comenzó a destacarse como ciudadano al servicio de la patria, cuando apenas contaba con 20 años de edad, al desempeñarse como viceministro de Relaciones Exteriores en 1903, durante el gobierno del general Manuel Bonilla Chirinos.
Augusto C. Coello, un genio de las letras, ganó el concurso entre varios literatos para escribir un poema que sirviera de letra al Himno hondureño, que se oficializó al emitirse el Decreto 42, de fecha 15 de noviembre de 1915, en la administración de su buen amigo el Dr. Alberto Membreño Márquez.
Coello Estévez fue diputado por Intibucá, gobernador en La Ceiba, Secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno del Dr. Miguel Paz Baraona, delegado por Honduras a la Conferencia Internacional Americana, celebrada en Montevideo, y miembro de la Comisión de Límites en 1923.
Por cuestiones políticas siendo seguidor del Gral. Bonilla, experimentó el exilio y tuvo que viajar a Costa Rica y El Salvador, donde ejerció el periodismo dejando una estela de prestigio en esas dos naciones centroamericanas.
El inspirado poeta contrajo nupcias en 1911 en Costa Rica, con Joselina Castillo, y retornó a su patria en 1912, desempeñándose como secretario privado del presidente Bonilla e igual cargo en el gobierno del Dr. Francisco Bertrand.
En 1937 escribió un bello poema dedicado a la juventud de su país, que titulo “La Primavera Triunfal”, que años después con música del maestro Rafael Coello Ramos se adoptó como el himno del Instituto Central de Varones.
Coello Estévez falleció en la ciudad de San Salvador en 1941, pero sus restos mortales fueron trasladados a su ciudad natal y descansan en una de esas tumbas olvidadas del Cementerio General de Tegucigalpa.
Carlos Hartling Wilhemine (foto 4), nació en Turingia, Alemania, en 1869 y por sus aptitudes artísticas su padre Jorge Federico le facilitó sus estudios musicales en el Conservatorio de Weimar, y posteriormente en el Colegio de Música de Munich.
En el año de 1896, el presidente de Honduras Dr. Policarpo Bonilla Vásquez decidió formar una Banda Militar (foto 5), predecesora de la Banda de los Supremos Poderes, contactándose con el jefe de la Legación Alemana en Tegucigalpa para contratar a un músico germano que la dirigiera, y que sirviera clases de música y canto a jóvenes hondureños.
Recomendado por el gobierno alemán, se contrató al joven músico que apenas contaba con 27 años, a quien se le pagaron los gastos del traslado por la vía marítima y se le dieron las facilidades para instalarlo en la ciudad capital.
Hartling era un apuesto soltero con un espeso mostacho estilo prusiano que desde su llegada atrajo la mirada de las muchachas casaderas de la ciudad. Asistiendo a reuniones de la sociedad tegucigalpense, sus ojos se posaron en una delicada damita que se destacaba en la sociedad como una exquisita pianista.
Guadalupe Ferrari Guardiola, nieta del general José Santos Guardiola, malogrado presidente de Honduras en 1866, cautivó al músico teutón y contrajo nupcias en Tegucigalpa en 1903, procreando dos bellas hijas, Alicia y Enriqueta Hartling Ferrari (foto 6).