El último hondureño que vio con vida a Amaya-Amador fue Longino Becerra. Dos semanas antes de su muerte se despidieron en Moscú. Amaya Amador, salió para Sofía a desempeñarse como delegado comunista ante el Congreso que se debía celebrar en esa ciudad. Becerra, que entonces era redactor de la sección internacional de Radio Habana, Cuba, tomó el avión de Aeroflot con rumbo a Cuba. Ni Amaya-Amador ni mucho menos Becerra, sospecharon que el abrazo que se daban en el aeropuerto de la capital de la Unión Soviética, era el último. Ambos se sentían jóvenes y solo, de vez en cuando, pensaban en la muerte. Amaya-Amador dejó muy pocas cosas escritas para que la posteridad le conociera, convencido que sus libros hablarían por él. Un supuesto diario que aparentemente escribiera durante la mayoría de sus años adultos de vida, todavía guarda sus secretos.
Concluido el Congreso donde los comunistas búlgaros discutieron sus asuntos principales, Ramón Amaya-Amador y sus compañeros de la reacción de la revista Internacional, se prepararon para el regreso a Praga. José Manuel Fortuny, le propuso a Amaya-Amador que viajaran en tren y le dijo que el tiempo que perderían, lo podrían aprovechar conversando, comiendo y tomando algunas cervezas durante el trayecto. Amaya-Amador argumentó que tenía muchas cosas que hacer el día siguiente y que prefería ir a dormir a Praga para levantarse temprano a cumplirlas. El otro insistió. Sin embargo el novelista hondureño le dijo que no. Se dieron la mano como siempre, y cada uno se enfrentó a sus realidades.
Ramón Amaya-Amador, junto a casi un centenar de pasajeros, abordó en la capital búlgara el avión de fabricación soviética que les conduciría a sus destinos. Era el 24 de noviembre de 1966. Le acompañaban varios miembros de la redacción de la revista Internacional, Pedro Motta Lima (brasileño), Alberto Ferraria (argentino) y Sigeho Kadzito (japonés). Además, iban en el mismo vuelo por lo menos, 9 ciudadanos occidentales más. El resto de los pasajeros eran búlgaros o checos que regresaban a sus respectivos hogares o que realizaban fuera de sus residencias habituales, diversas gestiones. Aunque ha caído la noche y el tiempo no es bueno, conversan animadamente mientras el avión carretea sobre la pista brillante por la lluvia.
Unos pocos minutos después, el avión, ya en territorio checoslovaco, se estrella en unas colinas cercanas a la ciudad checa de Bratislava. No hay sobrevivientes. Los cables empiezan a circular. En las redacciones los periodistas se preparan para titular los espacios confiados a su cuidado. En su residencia de Praga, Arminda Fúnez y sus dos hijos Aixa de 9 años y Carlos de 8, esperan tranquilos la hora en que Ramón Amaya-Amador regresará de su viaje a Sofía, capital de Bulgaria. La cena favorita está lista y los niños no se quieren acostar esperando los inevitables regalos con los cuales el padre hace material su afecto inconmensurable por esos dos hijos que la vida le ha dado para su placer y su realización. De repente, suena el teléfono y todo cambia para la familia de latinoamericanos residentes en la capital checoslovaca. “Ha sido un golpe inesperado –dirá un poco tiempo después Arminda Fúnez de Amaya-Amador y fatal por lo que hoy nos encontramos profundamente apenados. Todos sus anhelos de luchas junto a su pueblo han sido físicamente cortados…”13. El golpe es infinitamente fuerte. Y la mujer –fuerte pero arrinconada por la tragedia en forma tan abrupta- no tiene capacidad de asimilar el golpe. “No puedo pensar, no me parece realidad, su desaparición. ¡Es horrible todo esto! Cuantas veces al entrar en casa percibo de sus pipas tan características de su persona impregnadas de tabaco, y me parece una locura pensar en su desaparición”14. Pero los hechos son fríos y dolorosos. Y la vida tiene que continuar, dice a solas, mientras cubre amorosamente los cuerpos de sus hijos, Aixa y Carlos Raúl inocentemente vencidos por el sueño y el cansancio de la espera15.
A muchos miles de kilómetros de distancia, Longino Becerra, cumple sus tareas habituales. Su horario de trabajo, es extraño; pero lo ha cumplido durante tanto tiempo que ha terminado por acostumbrarse. Comienza sus labores a las 6 de la tarde y las concluye a la una de la mañana del día siguiente. Esa noche, entre los cables que recoge para redactar los textos que pasará a los locutores de la edición internacional lee: “Accidente de aviación de delegados del Partido Comunista de Bulgaria”. Inmediatamente se tranquiliza porque en la lista de fallecidos, no se incluye el de su compatriota. A las 10 de la noche, recibe otro cable en el que se entera que se han identificado algunos cadáveres. A las once de la noche, otro cable se refiere al asunto y en la lista de personas muertas no aparece Ramón Amaya-Amador. A la una de la mañana, concluida su jornada de trabajo, sale para su casa. Al llegar a la calle, compra un jugo de caña –fresca y dulce- y un pan con un huevo en torta, diestramente colocado en el centro. Tengo hambre dice para justificarse. Poco tiempo después, llega a su casa y cansado como está, duerme como un tronco. Al día siguiente, fiel a sus costumbres, antes de ir al urinario a descargar su vejiga, enciende Radio Reloj para escuchar las noticias. Se queda un instante más y de repente su adormillada sensibilidad reacciona cuando escucha referencias al accidente del avión Ylyushing soviético y la lista de los pasajeros. Allí, mencionan, nítidamente, que entre el pasaje accidentado, viajaba Ramón Amaya-Amador. Lo que sigue es turbación y ganas de llorar.
En Tegucigalpa los cables fueron publicados en los periódicos de la tarde del día 26 en forma escueta. Ese día 26, La Prensa se refirió al asunto en los términos siguientes: “El Cable Internacional nos trae la noticia del trágico fallecimiento del compatriota Ramón Amaya-Amador, intelectual cuyo nombre ha sido calificado positivamente por la crítica nacional e internacional por sus novelas de corte social”16. El cable a que se refiere el diario sampedrano es el siguiente: “Viena, 25 (P) Pedro Motta Lima, de Brasil; Alberto Ferraria, de Argentina y Ramón Amaya-Amador de Honduras se encuentran entre las víctimas del avión búlgaro que se estrelló cerca de Bratislava. Un vocero de la Revista Problemas de la Paz y Socialismo en la capital checoslovaca dijo que los tres, más Sigeko Kadzito de Japón eran miembros del personal internacional de la revista. Hubo cuando menos nueve accidentados entre las víctimas, según la información recibida en Praga. El accidente ocurrió el miércoles”.
El diario El Día, en su edición del 26 de noviembre de 1966, publica bajo el título AMAYA-AMADOR MUERE EN ACCIDENTE AÉREO, la nota siguiente: “El cable internacional nos trae la noticia del trágico fallecimiento del compatriota Ramón Amaya-Amador, intelectual cuyo nombre ha sido altamente calificado por la crítica nacional e internacional por sus novelas de corte social. Amaya-Amador, era oriundo de la cívica ciudad de Olanchito, y gran parte de su existencia la pasó en el exilio; primero en Guatemala, Argentina y después en Checoslovaquia, donde se le ofreció la oportunidad de dirigir una revista; en su cuna natal dirigió algunas publicaciones y en Tegucigalpa fue redactor de planta de Diario El Cronista. Sus novelas Prisión Verde, Los Brujos de Ilamatepeque, Constructores, etc. tuvieron siempre la aceptación pública pues fueron escritas pensando en la problemática nacional”17.
En Olanchito, Cruz Pery, especializado en la distribución de los periódicos capitalinos, oyó la noticia en el Diario Matutino y corriendo fue a contárselo a Domingo Urbina. “Mingo”, el entrañable amigo de Amaya-Amador escuchó la noticia y solo pudo decir “¡Carajo, que fatalidad!”, y en forma discreta, empezó a llorar silenciosamente por la muerte del mejor amigo que le había dado la vida. Cuando su esposa Argelia le preguntó que le pasaba, simplemente le dijo: “es que se murió Ramón”. Y siguió llorando silenciosamente.
El 28 de noviembre, el diario EL PUEBLO, vocero de los liberales hondureños, incluyó en primera página “Escritor hondureño muere en un accidente aéreo”. La nota es la siguiente: en un despacho de prensa fechado en Viena, hemos recibido la dolorosa noticia del trágico fallecimiento del escritor hondureño Ramón Amaya-Amador, desde hace muchísimo tiempo radicado en Checoslovaquia. Amaya-Amador fue redactor de El Cronista y autor de varias novelas de circulación universal. En Honduras el Círculo Literario Universitario le dedicó en el año 1958, un sentido homenaje de admiración por su obra literaria que honraba las letras nacionales. Los círculos intelectuales del país, deben testimoniar su pesar por la muerte de Ramón Amaya-Amador, olvidando sus inclinaciones ideológicas y haciendo prevalecer su alto valor como escritor de nota. EL PUEBLO patentiza su sentimiento de pesar por la muerte de este ilustre escritor hondureño18.
Inmediatamente que conoce la noticia, Dionisio Romero Narváez, el entrañable amigo de la infancia y la juventud, se sienta ante la máquina de escribir a redactar el artículo intitulado Ramón Amaya-Amador, “El cable internacional informó que un avión que viajaba de Sofía, Bulgaria a Praga, Checoslovaquia, se estrelló cerca de Bratislava pereciendo las 84 personas que en él viajaban. Entre las víctimas, informa el mismo cable, se encuentra nuestro compatriota el conocido escritor y novelista Ramón Amaya-Amador.
Ramón Amaya-Amador nació en Olanchito, departamento de Yoro el 29 de abril de 1916. Hijo de la virtuosa señora Isabel Amaya y del sacerdote Guillermo Amador cura párroco de la ciudad en aquel entonces y ambos ya difuntos.
La infancia de Amaya-Amador se desenvolvió apegada estrictamente a la devoción y prácticas religiosas. Fue un niño tímido y hasta para la clase de ejercicios físicos constituía un problema para el maestro de la escuela primaria, motivo de burlas picarescas para sus compañeros. Sin embargo, apenas afloró su adolescencia Amaya-Amador se convirtió en un carácter fuerte y en uno de los mejores deportistas que han desfilado por nuestras canchas. Al egresar de la escuela primaria inició estudios de secundaria en La Ceiba, los que no pudo terminar por la estrechez económica de su madre, único amparo que tuvo en su infancia y los primeros años de su juventud.
Fue maestro rural y en algunas ocasiones prestó sus servicios en la escuela de varones urbana de la ciudad de Olanchito.
Desde los inicios de su juventud tenía obsesión por la lectura de buenos libros. Cuando a sus manos llegaba un libro serio no le importaba pasar noches enteras en vela devorando su contenido y haciendo las anotaciones que le interesaban.
Luego comenzó a espigar en las letras públicas. En El Atlántico que todavía dirige su pariente Ángel Moya Posas en La Ceiba, publicó sus primeros artículos, crónicas y comentarios. Por aquella época se inclinaba mucho a la poesía en verso. Escribió varios poemas de corte romántico al principio y quizá en la madurez de su juventud pudo haber escrito otros de fondo social.
Allá por el año 1944 (se equivoca fue en el año de 1943, JRM), en los albores de nuestra juventud, nos iniciamos juntos, formalmente, en el cruel oficio del periodismo. Fundamos en Olanchito el Semanario Alerta, de ocho páginas y con lectura que era un grito de juventud contra la dictadura a nuestro pueblo en aquella época.
En Alerta aparecieron los primeros capítulos de Prisión Verde, la novela de Amaya-Amador más conocida en Honduras y más querida de nuestro pueblo, en cuanto ella no es más que el retrato fiel de la vida de los bananales de nuestra corta norte.
Cuando Amaya-Amador escribió Prisión Verde todavía no se había adentrado en la doctrina marxista ni había viajado más que de Olanchito a La Ceiba. Pero Amaya-Amador había trabajado un tiempo como venenero cargando la manguera y rociando las matas de guineo en el distrito de Coyoles Central de la Standard Fruit Co. en el campo Palo Verde, para ser más precisos. Experimentó en carne propia la tragedia del campeño en aquellos tiempos cuando las conquistas laborales conquistadas posteriormente no eran sino reprimidos anhelos de reivindicación bajo la grosera insolencia de los capataces y el rebenque ensangrentado de los verdugos del gobierno, macabros aspectos de explotación y opresión, que desgraciadamente, han venido insinuando su retorno en la actualidad.
Prisión Verde la escribió Amaya-Amador originalmente en versos a manera de un romance, estilo García Lorca. Un día me trajo un manuscrito para que yo lo leyera y se lo corrigiera. Con una autoridad literaria que yo estaba muy lejos de poseer le dije: “No escribas versos. Tú no sirves para eso. Tus versos son muy malos”. No se molestó por mi juicio y al poco tiempo ya tenía escrita en sencilla y amena prosa la novela, si es que así puede llamarse, que por capítulos se publicó primero en Olanchito, en Alerta, semanario que con él hacíamos desde levantar el tiempo de imprenta.
Recalcamos que cuando Amaya-Amador escribió Prisión Verde no se había adentrado en la doctrina comunista. Los personajes que en ese libro aparecen como las escenas que en él se relatan son reales, arrancados de la misma vida del campeño hondureño y de las injusticias e infamias que sufre nuestro pueblo. Podría mencionar sus nombres de pila a algunos de los protagonistas de Prisión Verde y sin ningún esfuerzo mental cualquiera que esté familiarizando con nuestro ambiente descubre los sucesos verdaderos que pinta Amaya-Amador con el colorido que da vida a una novela que no es novela sino la desnuda realidad sangrante de los trabajadores de los bananales de nuestra costa norte y la historia cruel, escrita con la sangre, con la carne hecha martirio y el alma atormentada de nuestro pueblo.
Golpeando crudamente por las contradicciones antisociales creadas por la dictadura de los 16 años y acicateado por sus ansias de superación, un buen día Amaya-Amador emprende viaje a Guatemala y llegó allá cuando la revolución del Dr. Arévalo estaba en pleno apogeo. Encontró ambiente, estudió más y se abrió paso. Contrató con una casa editora de México la publicación de su novela Prisión Verde en 1950 y desde que esta salió a la luz pública mereció la crítica favorable de grandes intelectuales de todo el continente consagrándola como valor auténtico de las letras americanas. Prisión Verde fue traducida a varios idiomas y hasta una empresa productora de películas de cine entabló negociaciones para llevarla a la pantalla.
En Guatemala Amaya-Amador se dedicó a estudiar, a escribir libros y artículos para periódicos. Allá se entregó a la causa comunista y efectuó un viaje a Pekín. Fue este su primer contacto directo con el mundo comunista. A la caída del régimen de Arbenz Guzmán emigró a la república Argentina, se instaló en Córdoba y allí contrajo matrimonio con la culta dama argentina Arminda Fúnez con la cual procreó varios hijos que hoy posiblemente en Praga, lamentan su trágico desapareciendo.
En tiempos de la Junta de Gobierno Amaya-Amador volvió a Honduras. Trabajó en Diario El Cronista y publicó dos o tres libros más. El Círculo Literario Universitario le rindió un pequeño y significativo homenaje. Vendió la modesta casa que tenía en Olanchito, herencia de su madre, y en los primeros años del gobierno liberal se trasladó a México de donde poco después pasó a los países tras la cortina de hierro fijando su residencia en Praga.
La obra literaria de Amaya-Amador debe ser voluminosa y extensa porque era infatigable para leer y escribir. En Honduras se sabe de Prisión Verde, Los Brujos de Ilamatepeque, Constructores, Amanecer, Destacamento Rojo y quizás otros, pero es seguro que en Praga debe haber publicado otros con un pensamiento más maduro y mejor vigorizado.
Compartimos íntimamente con Amaya-Amador las inquietudes de nuestra adolescencia y primeros años de juventud. Juntos libramos batallas cívicas por la democracia de Honduras y por la reivindicación de los derechos del pueblo. El destino después, puso en pugna nuestras idas y nuestras convicciones políticas, pero nuestros sentimientos se mantuvieron leales al efecto fraterno que nos ligó para siempre. Él se apegó al símbolo de la hoz y el martillo y yo me abracé fervorosamente a la bandera gloriosa que agitó Francisco Morazán.
Ramón Amaya-Amador ha muerto. Nos duele muy hondo su partida definitiva y una angustia tremenda ha estremecido nuestro espíritu. Pero es lo irreparable. “Era una llama al viento y el viento le apagó”, Olanchito, noviembre de 1966”.
Era evidente que ni aún en la muerte, le perdonaban a Amaya-Amador, su militancia política. Incluso su mejor amigo intelectual, Romero Narváez tuvo que recurrir al tono debido para defender al amigo y por cualquier cosa, establecer distancia.19
Si él hubiera podido leer todo lo que se escribió durante su muerte, es posible que se habría reído estrepitosamente e invitado a beber una cerveza. Y ya en la mesa llena de botellas vacías, habría hecho broma por todo lo que había hecho en la vida, los temblores y angustias que le había producido a todos, especialmente a la burguesía como le gustaba decir y con picardía infantil, lamentar apenas que no se hayan dado cuenta, todos, sus amigos y quienes no lo fueron, que se había divertido como el que más haciendo lo mejor que sabía hacer, escribir.
Fuente: Ramón Amaya-Amador, Biografía de un escritor. Editorial Universitario, diciembre 1995, Tegucigalpa, Honduras.