Al menos, seis importantes fusilamientos políticos se ejecutaron en Centroamérica en el siglo antepasado. A saber: el del primer jefe de Estado de Nicaragua, Manuel Antonio de la Cerda, en Rivas, el 27 de noviembre de 1828; el del paladín del unionismo centroamericano, general Francisco Morazán, en San José, Costa Rica, el 15 de septiembre de 1842; el del “Gran Mariscal” Casto Fonseca, en León, el 9 de abril de 1845; el del “rey de los filibusteros” William Walker, en Trujillo, Honduras, el 12 de septiembre de 1860; el del ex presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora, en Puntarenas, el 30 de septiembre de 1860 y el del presidente de El Salvador, Gerardo Barrios, en San Salvador, el 29 de agosto de 1865.
Este mes se cumple, pues, el sesquicentenario del fusilamiento del “último y más grande de los filibusteros”, según su biógrafo norteamericano Frederick Rosengarten, Jr. La obsesión de Walker —observa Rosengarten— era más de poder que de riqueza. Creía estar destinado a una misión: formar un imperio esclavista en la región centroamericana para incorporarlo al Sur de los Estados Unidos. Pero fue expulsado en cruenta lucha por los ejércitos aliados de Centroamérica que movilizaron contra él 17,800 hombres, de los cuales 5,800 murieron peleando. Es posible que dos o tres mil soldados centroamericanos más muriesen a causa de enfermedades, especialmente del cólera. Por su lado, quienes sirvieron en las filas de Walker fueron aproximadamente unos 5,000 y por lo menos la mitad de ellos pereció en el curso de la guerra. Indudablemente fueron muchísimos más los norteamericanos fallecidos en Nicaragua entre 1855 y 1857 combatiendo al lado de Walker que los muertos en batalla durante la guerra entre España y los Estados Unidos en 1898: 385.
Tres intentos más de Walker por apoderarse de Nicaragua
Tras su capitulación el 1º de mayo de 1857 en Rivas, y su inmediato rescate por Charles Henry Davis, Comandante de la corbeta de guerra norteamericana St. Mary’s, William Walker y sus hombres intentaron invadir Nicaragua tres veces más.
El 14 de noviembre del mismo año —1857— partió de Mobile en el Fashion con 185 flibusteros, una decena de “civiles” y especuladores, un lote de 1,000 armas y provisiones suficientes para alimentar 400 hombres durante tres meses. Sin embargo, el Comodoro —también norteamericano— Hiram Paulding le obligó a rendirse el 8 de diciembre en San Juan del Norte. El 7 de enero de 1858, en un mensaje especial al Congreso, el presidente James Buchanan afirmó que esa segunda expedición militar de Walker a Nicaragua era “una usurpación de la autoridad para librar una guerra, decisión que le pertenece sólo al Congreso”.
Absuelto en Nueva York y apoyado de nuevo en el Sur, Walker reincidió. En folleto publicado en Nueva Orleáns (abril, 1858) sostuvo su obstinada determinación de retornar a Nicaragua en plan bélico. Pero el Susan —barco que había contratado y que transportaba 112 filibusteros— se estrelló en un arrecife caribeño. Sus náufragos fueron repatriados gratis a los Estados Unidos en la corbeta británica Basilisk, que fondeaba en Belice.
Walker se toma Trujillo
El 6 de agosto Walker desembarcó a cinco kilómetros del puerto de Trujillo, cuya guarnición de su vetusto fuerte —cuarenta soldados al mando del comandante Norberto Martínez originario de Olanchito — no pudieron impedir su toma. En la acción, los invasores tuvieron 6 muertos y 3 heridos graves, mientras los locales 2 muertos y 4 heridos. Inmediatamente, la caja fuerte de la fortaleza fue forzada y saqueada, y de parte de la soldadesca filibustera hubo otros robos habituales.
Al día siguiente, Walker lanzó una “Proclama al pueblo de Honduras”, afirmando que su presencia en Trujillo constituía apenas un paso preliminar para volver a posesionarse de Nicaragua; primero, se proponía botar a Guardiola en beneficio de los pobres isleños de las Islas de la Bahía; y segundo, en su propio beneficio y en el de sus filibusteros, ansiosos de “retornar a su patria adoptiva”. Pero carecía de amigos en Centroamérica. “Es universalmente odiado y aborrecido, y si lo capturan de nuevo, le llegó su fin” —expresaba un norteamericano residente en Honduras en una carta al editor del Nueva York Herald.
El capitán inglés Norvell Salmon y el Icarus
El Icarus —vapor de guerra inglés— arribó a Trujillo el 20 de agosto. Lo comandaba el capitán Norvell Salmon, quien bajó a tierra para evaluar la situación. Encontró a Walker con unos noventa hombres del fuerte y la ciudad desierta, excepto el cónsul inglés. Este le informó a Salmon que de las rentas de la aduana del puerto, hipotecadas por Honduras al Gobierno británico, los filibusteros habían extraído 3,855 pesos. Salmon, al día siguiente, exigió a Walker rendirse; pero la mañana del 22 comprobó que el filibustero se había marchado con su gente. Perseguidos por las fuerzas hondureñas —unos 200 soldados llegados del interior al mando del general Mariano Álvarez—, los walkeristas y sus fieles fueron capturados, con la ayuda del Icarus, a las 3 pm. del 3 de septiembre de 1860.
El 4 ya estaban en Trujillo y el 5 Salmon —a quien Walker se había rendido— firmó un convenio en el que consentía entregar a los filibusteros al general Mariano Álvarez. A Walker y al coronel A. F. Rudler, jefe del Estado Mayor filibustero, se los entregaba “incondicionalmente, para que sean tratados conforme a derecho”; a los demás, “sujetos a las condiciones de que sean permitidos volver a los Estados Unidos, al dar su juramento que no servirán en ninguna expedición futura contra ninguno de los Estados de Centro-América”.
El proceso
El jueves 6 de septiembre el coronel Norberto Martínez y con el escribano José María Sevilla comenzaron el proceso, pasando a la cárcel de la fortaleza a interrogar a los reos. Walker declaró en español y sin intérprete. Dijo ser de 36 años, soltero, natural de Nashville y católico, y que se hallaba preso por infracción de las leyes de Honduras. Cuando la esposa de Martínez, doña Adela Prudot —hermana o familiar del agente consular norteamericano Eduardo Prudot— supo que Walker era católico, le envió una estatuita de la virgen de Dolores que él veneró en su celda durante los últimos trances de su vida. Añadió —contestando varias preguntas de Álvarez— que “como ciudadano y general de Nicaragua”, creía tener derecho a pasar a esa República; apoyado por estadounidenses de un partido creado en los Estados del Sur que coincida en sus fines con la constitución de la Gran Logia “Red Star” (“Estrella Roja”), cuya copia la había encontrado entre sus papeles capturados.
Cuadrándose en el centro que formaba el pelotón de diez soldados en el patíbulo, dijo en voz baja, pidiéndole al sacerdote repetirlas: —Soy católico romano. Es injusta la guerra que he hecho a Honduras por sugestiones de algunos roataneños. Los que me han acompañado no tienen culpa, sino yo. Pido perdón al pueblo. Recibo con resignación la muerte. Quiera que sea un bien para la sociedad.
Diez balas atravesaron su cuerpo, y el oficial al mando le asestó en la sien el tiro de gracia. El cónsul de los Estados Unidos pagó diez dólares y con dos y medio reales por el rústico ataúd en que fueron introducidos sus despojos. Su entierro fue decoroso conforme el rito de la Iglesia.