Por : Juan Ramon Martinez (del articulo : Olanchito entre 1948 y 1963, 25 años de lento desarrollo)
En mayo de 1948, Carias Andino cumplía el último año del más largo periodo presidencial de la historia de Honduras. Olanchito era, para entonces, una ciudad pequeña, ubicada en una extensión plana, levemente inclinada, aproximada de 24 kilómetros cuadrados, en donde vivían 5.300 personas, la mayoría del sexo masculino. Era una ciudad de diseño cuadricular, sin una calle pavimentada o adoquinada siquiera, dormida entre el cerro la Meseta, el Pacura de la Cordillera de Nombre de Dios; el rio Uchapa y el Valle del Rio Aguan. La rodeaban la aldeas de Agalteca, población de indios jicaques, Sabanetas, San Jose, Chaparral, Las Jaguas y las Minas. La mayoría de sus casas eran de bajareque, techo de zinc, algunas pocas de adobe y muy pocas, acaso tres, construidas de bloques de arcilla. Una sola de bloques de cemento. Solo había cuatro casas de madera, tres con segundos pisos de madera y después de la línea dos viejos barracones sobre polines, construidos durante el tiempo de la Truxillo.
Las de madera eran la de don Felix Soto, situada en la Calle la Palma y la intersección de la calle del Cabildo, la casa de Francisco Ñuñez Inspector de Comisariatos de la Stándard Fruit Company, la del general Faustino P. Calix; y la residencia de Sergio Castro Jefe de Ingeniería de la misma empresa bananera que mantenía cultivado casi la totalidad del valle alto y medio del rio Aguan. Además, eran de madera, la humilde Iglesia en donde don Manuel Zuniga,– posiblemente de los primeros creyentes evangélicos de la ciudad– recibía a su exiguo número de fieles, cada noche a la hora del culto. Siempre sobraban bancas.
Los constructores principales de la ciudad eran: Gumercindo Santos y sus hijos que siguieron la práctica del oficio, don Salvador Morales, Tiburcio Carias homónimo del dictador gobernante, que se especializaba en casas de bajareque irrespetando casi siempre las reglas de la perspectiva, Samuel Romero y un Arquitecto Reynaldo Tapia, de Tegucigalpa, que sería el constructor de las dos obras arquitectónicas modernas de la ciudad: la torre del reloj del parque central Francisco Morazán; y la residencia particular de Sixto Quezada y su hermana Juanita.
Durante el gobierno de Villeda Morales, Elvin Santos Ordoñez, ingeniero nacido en la ciudad, construyo los Lavanderos Públicos en la calle del Sofoco. Varios años antes, el más destacada constructor había sido Juan Colindres, originario de Cedros que fuera traído para reparar la Iglesia Católica dedicada a San Jorge, en el siglo XIX; y que se encargó de la construcción de la primera planta del hoy Cabildo Municipal. Juan Colindres fue el padre de mi abuela Antonia Colindres Joya, que procreara con Victoriano Bardales Núñez, mi abuelo – viudo para entonces, de su primer matrimonio, del cual le quedaron tres hijos: Julia, Fausto y Fabio – a mi madre Mercedes Hermencia, Donatila, Hector y Olimpia. Don Juan Colindres había muerto, presumiblemente de tuberculosis, el 15 de septiembre de 1923. Y dos años después, en octubre de 1925, de la misma enfermedad, muere Antonia Colindres Joya. Su hija mayor, mi madre, tenía nueve años de edad
Para entonces era fuerte y significativa la presencia de los primeros y exitosos inmigrantes. La etnia más sobresaliente eran los llamados turcos que dominaban casi todo el comercio local. Entre las familias de entonces hay que mencionar a los Marzuca – Nicolas hijo, llamado popularmente Nico es el único sobreviviente todavía dedicado al comercio – los Chahin, los Bendeck, los Hoch, los Mahomar, los Yacaman, Busmail, los Saybe – uno de cuyos miembros derivo hacia el desarrollo de la televisión, Santiago Saybe Mejia—los Nicoly, los Nasser, los Barjum y los Abudoj. Ademas estaban establecidos entonces, dos búlgaros: don Juan Rascof – el que tenía una pequeña abarrotería conocida con el nombre de La Popular y se dedicaba además a la agricultura, manteniendo los únicos sembradíos de caña con dimensión comercial en toda el municipio; y Simeón Elencof que regentaba con mucho éxito, una de las dos panaderías de la pequeña ciudad.
Además, residían entonces los Chichiraquis, de origen griego dedicados igualmente al comercio. En esta actividad también destacaban los salvadoreños Jacinto Sorto, Donaciano (Chano) Navarrete, Ramón Pineda, dueño de una pequeña tienda casi al final de la Avenida del Sofoco, Ángel Orellana el propietario de la zapatería más grande de la ciudad, Rafael Martínez, conocido como el “Bolchevique”, que administraba el primer estanco que atendía las 24 horas del día a su numerosa clientela; y Pedro Zelada que también se dedicaba a la producción de zapatos de hombre y de mujer.
En el servicio de barbería, junto a José Martínez Caballero, dueño de la Barbería y Marimba la Juventud, Héctor Martínez, Saravia y el salvadoreño Francisco Bonilla. Francisco Villagra, también constructor, era de origen nicaragüense. En la orilla de la ciudad, casi al principio de la calle la Palma, tras la casa de Julia Bardales, hermana de mi madre, un chinito cuyo nombre escapa a la memoria, en aquellos años intentaba producir hortalizas en una comunidad muy poco acostumbrada a consumirlos, por lo que creemos que termino trasladándose a Coyoles Central, situada entonces a 19 kilómetros de Olanchito. Y en la avenida del Sofoco, el señor Anuar Ali, de origen hindú, conocido como el “culie”, operaba una panadería: La Indostan, muy cerca de la residencia de los únicos árabes que no se dedicaban al comercio: los Jananía, herreros profesionales que se habían especializado en reparar armas de fuego.
Destacaban como comerciantes al menudeo, bajo el título de buhoneros, don Pio Carrasco y don Pablo Bonilla, sureños, presumiblemente nacidos en El Salvador. Los hondureños nacidos o avecindados en Olanchito que tenían negocios de alguna envergadura, eran don Felipe L Ponce, dueño de la tienda Las Violetas, el Cine y Cantina Gardel; y de la imprenta Gardel; su hijo Alirio Ponce Tejeda que regentaba la Farmacia La Nueva y Mauricio Ramirez, propietario de la Farmacia Honduras. El fotógrafo de la ciudad era Romerito que llego a tener la más grande colección de rostros de la ciudad, lamentablemente perdida. El cine Gardel, proyectaba películas mexicanas y americanas, todas las noches, en tanto que Lino Santos administraba el Salón Lux y Domingo Urbina, lo hacía con el Astoria. Estos eran los principales centros de recreación y sede de las fiestas sociales más importantes de la ciudad.
Olanchito era entonces, como lo sigue siendo aún ahora, una sociedad dominada por la ganadería y los ganaderos. Los principales era Sixto, su hermano Beto y su primo Daniel Quezada, Felix Soto, Nemesio Carcamo, Salomón Sosa, Prospero Bardales, Francisco Meléndez Brand, los Bustillos, Felipe Ponce – el padre del actual alcalde Olanchito – y Tomas Avila Ruiz entre otros. Las haciendas rodeaban la ciudad: la Pimienta, Marengo, La Conquista, el Sanjon, La Revista y la Pipa, eran sus nombres.
Estos ganaderos, gozaban de la fama de ser los más ricos de la ciudad; pero visto en perspectiva, tenían activos de escasa circulación, por lo que nunca evolucionaron hacia el mejoramiento de sus haciendas; y el poco circulante con que contaban, era el que obtenían por la venta de leche cruda, el queso y la mantequilla que se expendía, — la primera a 10 centavos la botella, y la segunda y la tercera a treinta centavos,– en sus mismas casas de habitación. Esta falta de capacidad de acumulación originaria, le impide a Olanchito aprovechar la inversión capitalista descomunal que los empresarios estadounidenses habían iniciado aproximadamente en el año 1936, en las vegas de los ríos Aguan, Mame y Yaguala. Y es lo que explica además, que muy pocos vecinos, se bajaron del caballo ganadero, para integrarse como peones o ejecutivos de la empresa bananera que tuvo que echar mano de olanchanos y salvadoreños inmigrantes para cubrir sus necesidades de cuadros medios.
De Olanchito, fueron muy pocos los que se integraron a las actividades del banano dentro de una estructura de agricultura moderna. Apenas recordamos a Fabio Bardales, y Francisco Núñez, que hicieron carrera en los comisariatos, Faustino Calix que incursiono en la parte administrativa de la finca La Jigua, Osvaldo Ramos Montoya y Ramón Zelaya que fueron mandadores de finca ( gerentes), Sergio Castro que destacara en obras hidráulicas. Hernan Posas que fuera gerente de producción de la Standard en honduras y las Filipinas,es el que ocupo el cargo mas alto de todos.
Finalmente hay que señalar a algunos miembros de la familia Miranda. Pero el grueso de la población, nunca vio con simpatía el negocio del banano, sino como sub producto para la alimentación en sustitución de la tortilla. Por esa razón, además, desde Olanchito no se tuvo nunca, más allá del negocio de las bebidas embriagantes, interés para ofertar servicios que la compañía frutera no les podía dar a sus trabajadores, a los que mantenía en régimen de enclave. Falto en la ciudad cívica, espíritu empresarial y una clase capitalista, originada en la ganadería, que lo manifestara.
El pequeño comercio estaba dominado por originarios de la pequeña ciudad. La pulpería más popular de la ciudad era la de Francisco (Paco) Santos (Pulpería El Sol), el más exitoso empresario de los dedicados al ramo en un periodo de casi cincuenta años de historia, Rita Rodríguez que atendía la bulliciosa clientela de la escuela “Modesto Chacón”; Jorge Espinoza y su esposa Corinita que lo hacían con las niñas de la escuela “José Cecilio del Valle” que dirigía Alicia Ramos de Orellana y la tienda de las Zelaya en la esquina del Astoria . Jacinto Sorto y Chano Navarrete, además, tenían dos pulperías bien surtidas y muy visitadas por los compradores que además, tenían la oportunidad de vender productos de primera necesidad. Y la Standard, para competir con la producción comercial, mantenía abierta una tienda en La Estación manejada por don Rafael Melara.
Los “paceños”, comerciantes que recorrían el país, desde la ciudad de la Paz, en ese mismo departamento, visitaban por lo menos una vez al año a Olanchito, las ciudades vecinas y los campos bananeros. Se establecían en casas particulares y sobre catres de tijeras extendían sus variadas mercaderías que iban desde telas, ropas, cosméticos, zapatos, medicinas populares e incluso, algunas decían, que a los que gozaban de su confianza, les ofrecían filtros de amor para resolver cualquiera contingencia de la vida amorosa, especialmente. Dejaban productos al crédito. Y los deudores hacia fiesta a su regreso, honrando sus compromisos.
La actividad política era controlada por los líderes del Partido Nacional, encabezados por Mauricio Ramírez, que sucediera a Francisco Ramírez, que durante muchos años fuera el diputado propietario por el PN en el Congreso Nacional. Además participaban de liderazgo nacionalista, Francisco Murillo Soto, Mario Soto, Ranulfo Rosales Urbina, Francisco (Paco) Santos. Aunque el poder los tenían los nacionalistas, el pueblo era mayoritariamente liberal. Estos, anti agrícolas, se representaban a sí mismos, a los peones suyos; y a los trabajadores de la compañía y a los más pobres de las aldeas; y cuyo liderazgo estaba hegemonizada por los ganaderos: Sixto Quezada, Tomas Ávila Ruiz, Prospero Bardales, Santos Reyes Y Purificación Herrera. Dionicio Romero, Lino Santos, Alirio Ponce Tejeda, Domingo Urbina, Delio Lozano y Ramon Duran Hernandez eran dirigentes, sin ser de oficio ganaderos. Pese a ser minoría los nacionalistas, ganaban las elecciones mediante el ejercicio de las tapadas, la requisa de los documentos de identidad y otras prácticas ignominiosas del pasado que dan vergüenza referir. (Continuará en el próximo número)