Después de la revolución encabezada por Manuel Bonilla que depuso al presidente Miguel R.Ortega Dávila, Samuel Zemurray pasaba la mayoría de su tiempo en Honduras. Su esposa, hija e hijo vivían en Nueva Orleans y él sentía que no tenía otra opción que trabajar muy duro para establecer su posición en el istmo, pagar a sus deudores y acumular dinero suficiente para poder comprar las acciones que UFCO poseía en Cuyamel Co. y así lograr su independencia.
Para UFCO no era normal vender las acciones que poseía en otras compañías pero fue forzada por eventos fuera de su control. En 1933 el Congreso de Estados Unidos propuso un impuesto para los bananos, que para este tiempo era una de las frutas más consumidas en Norteamérica y no cultivada en su territorio. Esta ley se llamaba “Underwood-Simmons” referida como Impuesto del Banano y que según el presidente Woodrow Wilson con estos ingresos ayudaría a cerrar la brecha fiscal del Presupuesto Nacional.
Los líderes de la industria del banano no se quedaron quietos y un ejército de lobistas pagados por UFCO se dirigió a Washington con documentos, cifras y tratando de dejar muy en claro que ese impuesto arruinaría sus negocios. Según ellos un impuesto de cinco centavos por racimo volvería la fruta a un precio que solo los ricos podrían consumirla y por lo tanto acusaban al Congreso de atacar “la fruta de los pobres”.
Posiblemente, en respuesta al ataque de estos lobistas el Departamento de Justicia comenzó a investigar a UFCO bajo la sospecha que manejaban precios fijos confabulados y que al haber aplastado la competencia, no tenían ninguna, por lo tanto estaban violando la “Ley Antimonopolio Sherman de 1890”.
UFCO estaba contra la pared y tenía que demostrar que había otras compañías en el negocio que podían competir libremente en el mercado sin haber sido compradas ni haberse puesto de acuerdo en los precios.
Fue este un momento de suerte para Samuel Zemurray lo que siempre había anhelado. Andrew Preston el presidente de UFCO con la idea que si Cuyamel demostraba que era completamente independiente, talvez las acusaciones de monopolio y la investigación de confabulación de precios se desvanecerían por lo que decidió venderle las acciones que UFCO poseía de esa compañía. Aunque después le costó mucho esfuerzo a Preston justificar ante una Comisión del Congreso sobre esta transacción de acciones. Al final, el Departamento de Justicia no levantó ningún cargo en contra de UFCO pero logró el efecto deseado de crear un mercado competitivo y sin querer le aseguró a Sam la libertad y de ser un genuino contrincante.
Muchos años después cuando Sam era poderoso, los analistas hablaban del tremendo error de El Pulpo de subestimar un peligroso rival. No era desconocido para los ejecutivos de UFCO la genialidad de Zemurray desde que había comenzado en los muelles, pero en ese momento la decisión era si había que cortar las piernas para salvar el cuerpo o liberar al bananero para salvar la United Fruit.
Para Sam, liberarse de UFCO significaba independencia y control además su asociación con El Pulpo solo le había dañado su reputación, porque un par de años atrás en Nicaragua los cultivadores de bananos boicotearon a UFCO e impedían que sus barcos navegaran por los grandes ríos. Esta compañía logró superar ese problema usando los barcos de Cuyamel Co. En cambio los trabajadores que sufrieron la represión gubernamental culpaban de su miseria a un nombre: Cuyamel; que era donde mostraban los barcos en sus costados que se llevaban el producto de su trabajo. Esta acción dañaba el nombre de Sam en un país donde había sido admirado como el yerno del querido Jacob (Jake) Weinberger, The Parrot King (El Rey Loro). Sam nunca olvidó esta lección y solía decir: “No importa cuántas bananas se exporten, cuando se pierde la reputación, se pierde todo”.
Al cumplir los cuarenta años, Sam era un experto en el manejo del banano, había servido desde vendedor de fruta hasta ser jefe, conocía de muelles, de barcos, de bodegas y de ferrocarriles. Había viajado todo Honduras a lomo de mula, no solo había lidiado con la fruta y dinero sino con mercenarios y hombres de gobierno, en fin, no había trabajo que él no pudiera hacer ni tarea que no pudiera desempeñar (Sam consideraba esto como el secreto de su éxito).
Zemurray era completamente ambicioso e innovador. Tan pronto como logró el control total de su compañía se dedicó a visitar constructoras de barcos para tener su propia flota y no depender de otras compañías para transportar su producto. Para 1915 ya había adquirido veinte barcos, entre ellos El Jamaica, El Lempira, El Omoa, El Maya, El augusta, etc. La mayoría de estos barcos eran de vapor, equipados con grúas cargadoras en su cubierta, con cuartos refrigerados para mantener los bananos a una temperatura de 56 grados y pintados de blanco. En 1921, también adquirió la flota completa de la compañía Bluefields de su suegro, con lo que en el puerto de Nueva Orleans se le empezó a llamar la pequeña fuerza naval, desplegado alrededor del mundo durante los años 1907-1909 con lo que el Presidente T. Roosevelt pretendía demostrar el potencial militar estadounidense y su capacidad oceánica.
También por este tiempo Sam mueve sus oficinas de Omoa a Puerto Cortés, aquí construyó un moderno muelle con más de un cuarto de milla de largo dentro del mar. Su compañía continuó creciendo aceleradamente adquiriendo más tierras en Honduras, como también en Nicaragua y México. Siguiendo el ejemplo de UFCO, también comenzó a diversificar e invertir en otros productos tales como caña de azúcar, piñas, cocos, palma africana, ganado y madera; con la idea que todos estos productos serían una especie de seguro contra los huracanes o las sequías.
Por ejemplo el azúcar es un producto que se vende en cantidades sin importar la economía y fue la que salvó a Cuyamel durante la Primera Guerra Mundial, cuando todos sus barcos fueron obligados a servir en la Fuerza Naval Norteamericana.
Después de la guerra Sam se dedicó a trabajar con ahínco. Minor Keith el VP de UFCO nunca subestimó a Sam Zemurray porque eran iguales en el aspecto de ser líderes en sus negocios, trabajadores de hombro a hombro, camaradas con sus empleados, con cuellos quemados por el sol, acostumbrados a llevar las mangas de sus camisas arremangadas. Estos hombres fueron a la jungla sin nada y salieron millonarios. El negocio del banano era respetable en el Norte pero difícil y sin ley en el Sur.´
Fuente : Anales historicos Diario La Tribuna